Directora de la revista Estudios sobre Educación
Catedrática de Teoría de la Educación en la Universidad de Navarra
Palabras clave: ESTUDIOS SOBRE EDUCACIÓN, educación cívica, carácter, ciudadanía, educación moral, virtudes, aprendizaje moral colectivo
A la luz de la polarización actual en el ámbito social y político, es evidente la necesidad, entre otras cuestiones, de fomentar una educación cívica entre los jóvenes, antes, más y mejor de lo que hasta ahora se ha hecho. Es preocupante observar el grado de renuncia al sistema democrático que en ciertos ambientes se respira, fruto del cansancio por las deficiencias del sistema y, sobre todo, de la saturación por los gobernantes en el ejercicio o en el abandono de sus deberes.
Por otro lado, hemos sido testigos en las últimas décadas de un proceso en el pensamiento occidental que afecta a diversas cuestiones culturales, sociales y obviamente educativas: un giro cívico, en torno a 1989, con la caída del muro de Berlín, y un giro ético dos décadas después, al comprobar la necesidad de establecer un marco, unos límites éticos para poder educar en libertad.
Estos pensamientos me han llevado a reflexionar sobre algunas cuestiones en las que se muestra cierto acuerdo en torno a este debatido aspecto de la educación. Aspiro a hacer algunas sugerencias que puedan movernos a mejorar nuestra sociedad.
Finalmente, el texto ha tomado forma de una especie de decálogo: 10 principios, 10 luchas en las que vale la pena –a mi juicio– invertir ilusión y esfuerzo, especialmente si trabajamos en el ámbito educativo en cualquiera de sus niveles.
Estos 10 principios se pueden agrupar en tres categorías: en torno al concepto de educación cívica los tres primeros, los dos siguientes respecto al sujeto que se educa y cuatro más sobre modos y medios de llevarla a cabo.
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En primer lugar, en torno al concepto de educación cívica destacan tres elementos.
- La educación cívica es un concepto vivo. Al mismo tiempo no es un concepto nuevo, sino clásico, con profundas raíces en la historia del pensamiento filosófico, político y pedagógico occidental, y en las últimas décadas se observa un creciente interés por una educación que suponga una preocupación por el tipo de persona que el alumno es y puede llegar a ser, no sólo como ciudadano, sino como persona.
- Existe una estrecha relación entre la educación cívica y la educación moral. No sería entendible, ni posible, una sin la otra.
No pocas propuestas de educación cívica en la actualidad se basan en la adquisición de medios para la participación cívica. Así se define uno de los componentes más necesarios: la cordialidad o cortesía –politeness–, entendida como la adquisición de formas de actuar y dialogar en el espacio público, basadas en el respeto a las normas sociales y a las buenas maneras. Pero no constituye el único componente, ni el más importante, de lo que denominamos civismo, sino que cabe encontrar un segundo componente con valor moral propio, que consiste en percibir al otro en la esfera pública como igual.
- La educación cívica tiene lugar en una variedad de ámbitos: tanto en la educación formal, cuando la enseñanza es gestionada por una institución social que se constituye para tal fin –la escuela–, como en la no formal y la informal.
En cuanto al sujeto que se educa,
- Una educación cívica completa incluye la transmisión de conocimientos, el cultivo de actitudes, hábitos positivos y la práctica de destrezas o habilidades (especialmente participativas y comunicativas).
Podemos intuir qué significa ser buen ciudadano, pero hay que querer serlo. Mi propuesta es apostar por actitudes sociales comunes, tales como el altruismo optimista, la responsabilidad –tanto social como política–, el respeto, la lealtad y la justicia, apoyadas todas ellas en la libertad personal.
- El aprendizaje de los hábitos (virtudes) sociales es parte central de la educación cívica.
La idea de recuperar el concepto de hábito como medio de cambio del comportamiento se ha hecho popular en los últimos años. Pero las virtudes van más allá de los hábitos cotidianos, entendidos como costumbres. Tres décadas de investigación en el campo de la psicología positiva apuntan que los antiguos estaban sugiriendo algo certero: crecer en sabiduría, justicia, coraje y disciplina, así como en generosidad, gratitud, diligencia o perseverancia, conduce a una mayor eficacia, felicidad y salud.
En tercer lugar, hay cuatro principios sobre los modos y medios de llevarla a cabo.
- Cauces de su puesta en práctica.
A lo largo de la historia el concepto ha encontrado diversas formas de expresión. Voy a referirme aquí a dos de ellas, por su relevancia contemporánea.
En primer lugar, hablar de educación cívica es referirse al papel que desempeña en la promoción del sentimiento de pertenencia a una comunidad, a un país o una nación. Algo que podría considerarse positivo o incluso necesario para el mantenimiento de la cohesión social y la convivencia pacífica, pero que se ha usado en algunas ocasiones como herramienta identitaria, lo que posee una vertiente preocupante: porque genera la exclusión del diferente, de aquel que no se ajusta a los parámetros normativos establecidos, o porque promueve el cultivo ciego de una realidad encerrada en sí misma, que abusa y manipula los grandes principios hasta justificar métodos violentos por un ideal encumbrado acríticamente.
En segundo lugar, cabe mencionar el papel que la educación cívica está llamada a desempeñar en la configuración política de las actuales democracias, dada la preocupación global por fenómenos tales como la ingente polarización-radicalización política, la extensión de los discursos de odio y la proliferación de la post verdad.
En el fondo, la educación cívica implica tener en cuenta que el ser humano es un ser social y, por tanto, asimila la virtud también por medio de la convivencia. No sería sino una forma de aprendizaje moral colectivo.
- La educación cívica se desarrolla mediante distintas metodologías: no existe una única estrategia y, como ocurre con la educación en términos generales, no se educa cívicamente de modo exclusivo a través de acciones intencionales, sino que, desde la propia configuración del entramado social, las dinámicas interpersonales y familiares, la observación de modelos, el marco normativo vigente o las prácticas culturales, entre otros factores, se conforma el escenario de los aprendizajes cívicos. Siendo consciente de las fronteras porosas existentes entre esas iniciativas, me gustaría mencionar tres prácticas valiosas: las iniciativas sociales o actividades de voluntariado, los proyectos de Aprendizaje-Servicio y los análisis de dilemas ético-cívicos.
Sin embargo, lo importante no son sólo las metodologías, sino la práctica colectiva de la virtud. Todo lo demás son sucedáneos con los que es imposible paliar carencias de base, aun cuando tengan cierto valor.
- La educación cívica demanda una evaluación múltiple, ya que no es sólo una cuestión teórica, restringida a la comprensión de determinados conceptos abstractos, sino que consiste también en una tarea práctica: aprender a ser cívicos requiere capacidades o virtudes del pensamiento, al mismo tiempo que la adquisición e interiorización de hábitos de comportamiento cívicos.
- La educación cívica contemporánea reclama un significativo componente digital como espacio de participación pública.
Los medios virtuales se han convertido en elementos centrales para la participación pública, suponen un modulador relevante de los movimientos sociales y constituyen un canal clave de influencia social y cultural y de comunicación de ideas políticas. Son herramientas de acceso a vías de configuración de lo público en condiciones específicas, que dan lugar a una nueva forma de alfabetización mediática.
Sin embargo, tenemos recorrido por hacer en las investigaciones en este ámbito, quizás obstaculizadas por la falsa creencia de que los jóvenes son nativos digitales equipados con las herramientas innatas necesarias para guiarse autónomamente por los entornos virtuales.
- La educación cívica es parte sustancial de una educación integral.
La civilidad es una dimensión de la persona que forma parte de un todo integrado. Así pues, lo cívico alude a una categoría que trasciende al propio individuo y se ubica en la esfera de lo interpersonal. Es un concepto plural que se refiere a los otros, no en cuanto a individuos aislados e independientes, sino más bien al resultado de sus interrelaciones y al conjunto, que resulta ser más que la suma de sus partes y que adquiere de esta forma una nueva entidad social. Un requerimiento no solo para sobrevivir sino –lo que resulta más relevante– para vivir bien, para desarrollar una vida plena.
Ahora bien, la capacidad y la necesidad natural del ser humano de vivir en sociedad no implican un determinismo comportamental, una realización automática de comportamientos requeridos. Más bien suponen un ejercicio de señorío en el que tomamos conciencia de nosotros mismos, de nuestra necesidad y de las posibilidades de desarrollo potencial con los otros.
La pregunta final sería: ¿puede una sociedad individualista y polarizada como la nuestra tener y transmitir una noción de bien común? Sugiero, desde un optimismo realista, que sí, que es posible, es más, que es conveniente y necesario. Necesitamos, eso sí, magnanimidad para afrontar la tarea, con la certeza de que para llevarla a cabo tenemos que inventar caminos al andar.
Cómo citar esta entrada:
Naval, Concepción (2025). Carácter y ciudadanía: 10 tesis sobre la educación cívica. Aula Magna [Blog]. https://cuedespyd.hypotheses.org/19836
OpenEdition le sugiere que cite este post de la siguiente manera:
Aula Magna 2.0 (9 de octubre de 2025). Carácter y ciudadanía: 10 tesis sobre la educación cívica. Aula Magna 2.0. Recuperado 15 de noviembre de 2025 de https://doi.org/10.58079/14vzx



